Lo que solíamos comer en el comedor escolar: 9 recetas clásicas que aún nos acompañan
En los comedores escolares había algunas recetas de lo más recurrentes, tan inevitables como el timbre del recreo. Macarrones con tomate, arroz a la cubana, lentejas… platos que se repetían semana tras semana y que todos acabamos aprendiendo de memoria. Algunos nos entusiasmaban (a qué niño no le gusta un plato de macarrones aunque solo lleve tomate) y otros se sufrían en silencio, como las lentejas, que con los años hemos aprendido a apreciar. Con el tiempo, aquella rutina culinaria ha adquirido un punto de nostalgia: recordamos esos platos más de lo que pensábamos. Y cuando hoy los preparamos con ingredientes decentes y un poco de cuidado, dejan de ser comida de trámite para convertirse en auténtica cocina casera que apetece de verdad.
Aquí tienes 9 recetas de cantina de culto para hacer en casa... ¡y amar para siempre!
1. Macarrones con tomate y chorizo
Había días en que todo daba igual: exámenes, recreos lluviosos o broncas en clase. Bastaba con ver aparecer los macarrones con tomate para que el comedor pareciera un lugar feliz. La salsa era siempre demasiado líquida, el chorizo escaso, pero aquel plato sabía a tregua. Hoy, con un sofrito de verdad y un buen embutido, siguen siendo sinónimo de alegría inmediata.
2. Lentejas estofadas con verduras
Los martes venían con su sombra marrón servida en bandeja: lentejas para todos, quisieras o no. Se tragaban con resignación, esquivando las zanahorias blandas y ese caldo interminable. Y, sin embargo, el tiempo las ha absuelto. Con pimentón ahumado y verduras en su punto, esas mismas lentejas se han ganado el título de plato que reconcilia con la cuchara.
3. Croquetas de pollo (y con suerte de jamón)
Nadie se engañaba: en el comedor escolar las croquetas rara vez eran perfectas. Demasiado duras, demasiado frías, demasiado todo. Pero incluso así, mordisquear una croqueta dorada tenía algo de premio secreto. Hechas hoy en casa, con paciencia y bechamel cremosa, son la prueba de que hasta los recuerdos torpes pueden convertirse en gloria.
4. San jacobos o filetes empanados con patatas fritas
Crujía al partirlo y escondía dentro la promesa del queso fundido, como un secreto al que solo se accedía con cuchillo y tenedor. Los San Jacobos —o los filetes empanados, que cumplían la misma misión— daban la sensación de que la infancia sabía también a capricho. Hoy, con jamón decente y fritura ligera, ese crujido sigue sonando como música.
5. Potaje de garbanzos con espinacas
Era el plato que más temíamos en cuaresma, con su aspecto severo y su olor denso. Los garbanzos parecían eternos, las espinacas infinitas. Y, sin embargo, cada cucharada era una lección de cocina humilde que se nos quedó grabada. Ahora, con un buen sofrito y aceite en crudo al final, el potaje demuestra que la paciencia siempre tiene recompensa.
6. Palitos de pescado rebozados
El pescado llegaba disfrazado con pan rallado, como si el rebozado pudiera convencer a los escépticos. A veces funcionaba, a veces no. Había quien se lo comía a mordiscos con pan, había quien negociaba hasta el último minuto. Hecha hoy con un rebozado ligero y fritura rápida, el pescado demuestra que nunca fue el problema: el truco estaba en tratarla bien.
7. Petit Suisse
Aparecía en envases diminutos que costaba abrir y se esfumaban en dos cucharadas. Rosa, blanco o de fresa con plátano, daba igual: era el lujo del comedor, el postre que convertía un día cualquiera en celebración. Hoy podemos reproducirlo en casa, con menos grasa y más proteínas, y aunque el sabor cambie, sigue teniendo ese eco de recreo y meriendas interminables.
8. Flan de huevo casero
Brillaba bajo la luz del comedor con ese caramelo artificial que teñía cucharas y recuerdos. Era dulce hasta el exceso y, aun así, lo esperábamos como si fuera el gran final. Preparado en casa con huevos frescos, leche entera y caramelo dorado en la sartén, el flan deja de ser postre industrial para convertirse en un pedazo de infancia rescatada.
9. Natillas
Espesas, amarillas y con la galleta María hundiéndose poco a poco en la superficie: así las recordamos en el comedor, como el postre capaz de silenciar a una sala entera de niños. Eran dulces hasta la exageración, pero nadie protestaba. Preparadas hoy en casa, con leche fresca, huevos de verdad y menos azúcar, recuperan la suavidad de siempre sin renunciar al recuerdo.
El menú de nuestra infancia
Quizá entonces no lo sabíamos, pero aquellos menús repetidos eran una forma de educación sentimental con cuchara y tenedor. Platos que nos hicieron odiar las zanahorias blandas y amar los macarrones sin concesiones, que marcaron recreos y tardes de deberes. Hoy los miramos con la mezcla justa de ternura y risa: ¿qué sería de nuestra infancia sin esas bandejas de metal y su desfile de sabores rutinarios? Cuéntanoslo en los comentarios: ¿cuál era tu favorito, cuál intentabas negociar con el pan, cuál te perseguirá siempre? Al fin y al cabo, la nostalgia se disfruta más cuando se cocina entre todos.
Adèle Peyches









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