Con el táper a la playa

De niña, los domingos veraniegos eran sistemáticamente días enteros en la playa. Mis padres cargaban el maletero del coche con: sillas, sombrillas, mesas, neveras, colchonetas de playa, y capazos de mimbre repletos de comida. Salíamos temprano para no pillar tráfico y conducíamos lejos para encontrar playas casi desiertas que conquistar. La sombrilla de playa era nuestra bandera. Allí ya estaban sus amigos con sus criaturas. La misión de todos: pasarlo de maravilla y, la comida, jugaba un papel fundamental en todo esto.

En aquella época hacer barbacoas estaba permitido y los manjares que pasaban por sus brasas los recuerdo como si fueran hoy. Los pinchitos morunos, las sardinas fresquitas compradas en el mercado a primera hora, las verduras al dente cocinadas al suave calor de un fuego flojo… Esos días fueron agradables para todos los que conformábamos esa pequeña tribu.

Aunque guarde gratos recuerdos de aquellos días, es comprensible que en la mayoría de las playas del litoral esté ya prohibido hacer barbacoas; Y que las concesiones, por parte de los ayuntamientos municipales, se reserven para festividades muy concretas como la noche de San Juán, las sardinadas de Riazor y Orzán o, en el caso de algunas playas específicas, bajo demanda.

Pero esto no debería suponer un problema ni un obstáculo para disfrutar en la playa de una comilona con nuestros familiares y amigos más íntimos. Y, construir así bonitos recuerdos con olor a salitre que nos dejen un buen sabor de boca. Es hora de llenar nuestros "tuppers". Porque hasta los platos más humildes saben mucho mejor en familia y con amigos ¿no crees?