¿Por qué tenemos menos hambre cuando hace calor?

miércoles 2 julio 2025 09:58 - Patricia González
¿Por qué tenemos menos hambre cuando hace calor?

Recuerdo perfectamente un almuerzo de julio en el que, sentada frente a una tortilla de patatas con una pinta increíble (de esas que solo las madres saben hacer) me descubrí empujando los bocados sin ganas. En otras circunstancias la habría devorado sin pensarlo, pero aquel día el sol apretaba, el aire era denso, y mi cuerpo solo pedía algo fresco: una ensalada, un gazpacho, un salmorejo bien frío. No era un capricho ni una casualidad: el calor nos cambia. Y no solo el humor o el ritmo del día, también modifica lo que nuestro cuerpo necesita y desea comer.

El cuerpo no se equivoca: se adapta con precisión al calor. La pérdida de apetito en verano no es un fallo, sino una estrategia biológica para mantenernos en equilibrio. Entenderlo ayuda a reconciliarnos con esa inapetencia estacional y a comer mejor cuando suben las temperaturas.


Comer genera calor (y eso no conviene en verano)

Cada vez que comemos, nuestro cuerpo se pone en marcha: digiere, transforma, absorbe. Ese proceso, conocido como efecto térmico de los alimentos, genera calor interno. En invierno, esa pequeña combustión resulta bienvenida. Pero en verano, cuando el cuerpo ya está lidiando con el calor ambiental, cualquier aumento de temperatura interna se convierte en una carga extra.

Por eso, el cuerpo reacciona reduciendo el deseo de comer. No por capricho, sino como una forma de autorregulación térmica. Cuanto menos comemos, menos calor generamos. Y así, aunque no lo sepamos, estamos colaborando con nuestra propia supervivencia.

El hipotálamo, director de orquesta

El responsable de este equilibrio delicado es el hipotálamo, una pequeña región del cerebro que actúa como centro de control. Regula tanto la temperatura corporal como el hambre. Y cuando detecta que el cuerpo está sobrecalentado, da prioridad a enfriar antes que a alimentar.

¿Cómo lo hace? A través de neurotransmisores que inducen saciedad y modulan el apetito. En verano, se activan ciertas neuronas, conocidas como neuronas POMC, que inhiben la sensación de hambre. El resultado: perdemos el interés por comidas copiosas o calientes y empezamos a desear platos más frescos, ligeros y ricos en agua.

Preferimos lo fresco, lo ligero y fácil de digerir

Lo que sentimos como un "antojo" por gazpachos, sandía o yogur no es aleatorio. Son alimentos que aportan hidratación sin exigir demasiado esfuerzo digestivo. El cuerpo, que ya está trabajando por mantenernos frescos, evita en lo posible los alimentos muy grasos o proteicos, porque su digestión eleva la temperatura interna más que la de frutas o verduras.

Además, el sistema digestivo recibe menos flujo sanguíneo cuando hace calor, ya que el cuerpo prioriza la piel para perder calor mediante el sudor. Esto hace que comer grandes cantidades resulte más costoso, más lento, incluso más difícil de digerir.

La importancia de comer (aunque no apetezca)

La pérdida de apetito veraniega es natural, pero no debe confundirse con una renuncia a nutrirse. No comer lo suficiente en días calurosos puede provocar fatiga, bajadas de tensión o deshidratación. Por eso, aunque la sensación de hambre sea más tenue, es importante escuchar al cuerpo sin dejar de alimentarlo.

La clave está en adaptar las comidas: raciones más pequeñas, más frecuentes, más hidratantes. Mejor fresco que caliente, mejor vegetal que graso, mejor ligero que contundente. No para forzarnos, sino para acompañar al cuerpo en su estrategia.

Un reloj estacional perfectamente afinado

El verano no solo cambia el paisaje: cambia nuestra fisiología. Y aunque a veces luchemos contra esa desgana frente a la comida, conviene aceptar que no es falta de voluntad, sino una forma sofisticada que tiene el cuerpo de decirnos lo que necesita.

Esta inapetencia estival no es una debilidad. Es inteligencia biológica. El organismo se regula, se protege y nos orienta hacia lo que necesita. Alimentos frescos, más livianos, más refrescantes e hidratantes… que lo ayuden a funcionar mejor cuando el calor aprieta y la energía escasea.

Patricia GonzálezPatricia González
Apasionada por la cocina y el buen comer, mi vida se mueve entre palabras bien escogidas y cucharas de madera. Responsable pero despistada. Periodista y redactora con años de experiencia, encontré mi rincón ideal en Francia, donde trabajo como redactora para Petitchef. Me encantan el Bœuf bourguignon pero echo de menos el salmorejo de mi madre. Aquí combino mi amor por la escritura y los sabores suculentos para servir recetas e historias sobre cocina que espero te inspiren. La tortilla, me gusta con cebolla y poco hecha : )

Comentarios

Califica este artículo: