Este gesto cotidiano podría estar dañando tus sartenes. Te explicamos por qué deberías dejar de hacerlo

¿Y si te dijéramos que una de las rutinas más habituales tras cocinar estuviera acortando discretamente la vida útil de tus sartenes?
A simple vista, colocar una sartén caliente bajo el grifo parece inofensivo, incluso práctico. Pero ese contraste brusco entre calor y frío podría estar desgastando, poco a poco, la herramienta con la que cocinas a diario.
Aunque muchas veces lo hacemos por comodidad o para que los restos de comida se despeguen más fácilmente, esa acción cotidiana activa una reacción invisible pero poderosa: el choque térmico, una alteración interna que los materiales no siempre pueden resistir sin consecuencias.
Un material fuerte… pero no invencible
El acero inoxidable, el aluminio forjado, el hierro fundido o incluso los recubrimientos antiadherentes tienen en común algo esencial: se ven afectados por los cambios térmicos abruptos. Cuando una sartén extremadamente caliente entra en contacto con agua fría, su superficie exterior se enfría casi de inmediato, mientras que el núcleo metálico conserva aún una temperatura elevada.
Este gradiente térmico repentino genera tensiones internas en el material. Si esas tensiones superan su umbral elástico, la deformación puede volverse permanente: bases que se comban, superficies que pierden su planitud o capas superficiales que empiezan a separarse de forma imperceptible. Con el tiempo, estos efectos pueden acumularse hasta afectar al comportamiento térmico del utensilio en cada uso.
Lo que sucede tras ese chorro de agua fría
Contrario a lo que podría pensarse, no es solo el recubrimiento el que sufre. En muchos casos, es el metal base el que comienza a mostrar señales de fatiga estructural. Cuando la sartén deja de asentarse bien sobre la placa o empieza a calentar de manera irregular, el problema no siempre está en el fuego: puede estar dentro del propio material.
Los recubrimientos antiadherentes, por su parte, no suelen agrietarse directamente por la diferencia de temperatura, pero sí pueden deteriorarse cuando el sustrato metálico se deforma. Al haber diferencias en la dilatación térmica entre la base y el revestimiento, se generan tensiones que afectan la adherencia entre capas. A medio plazo, esto reduce la eficacia del antiadherente, compromete la higiene y dificulta la limpieza.
En materiales frágiles como el hierro fundido o ciertas aleaciones cerámicas, el riesgo puede ir más allá de una simple deformación: un choque térmico suficientemente intenso puede provocar grietas internas o incluso rotura, sobre todo si el utensilio ya presenta microfisuras previas.
Una cuestión de hábitos… y de física
Los profesionales que trabajan con materiales lo tienen claro: el enfriamiento brusco no es neutro. Como explica el profesor George F. Vander Voort, experto en metalurgia y miembro de ASTM International, “los gradientes térmicos intensos pueden inducir tensiones superiores al límite elástico, lo que lleva a deformaciones plásticas localizadas y, en ocasiones, al fallo del componente” (Journal of Materials Engineering and Performance, ASM International).
La buena noticia es que evitar estos daños es fácil. Basta con dejar que la sartén repose unos minutos tras el cocinado, permitiendo que pierda temperatura de forma progresiva antes de entrar en contacto con el agua. Este simple hábito ayuda a mantener la estructura del material, prolonga la vida del antiadherente y mejora la eficiencia térmica en usos futuros.
Más que una sartén
Pensar en una sartén solo como un recipiente para calentar alimentos es pasar por alto su verdadero papel: es una herramienta de precisión, diseñada para soportar ciclos térmicos y distribuir el calor de manera uniforme. Cuidarla no requiere grandes sacrificios, solo un poco de comprensión sobre cómo se comportan los materiales con el paso del tiempo y el uso diario.
Esperar unos minutos antes de lavarla puede parecer insignificante, pero en realidad es una forma silenciosa y efectiva de alargar su vida útil. En ese pequeño gesto también se cocina algo más que la próxima receta: se cultiva la relación entre el conocimiento técnico y los gestos cotidianos que hacen de nuestra cocina un espacio más consciente y duradero.
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