¿Cuánta proteína necesita un alimento para decir que es “rico en proteínas”?
¿Cuánta proteína necesita un alimento para decir que es “rico en proteínas”? No lo decide el marketing, lo dice la ley. Aprende a leer el etiquetado, evita el efecto halo y descubre por qué no todo lo “proteico” es saludable. La calidad, el contexto y la composición sí importan.
¿Quién dice qué se puede etiquetar como “proteico”?
Hoy en día, casi todo parece tener proteínas. Galletas, yogures, cereales, helados, pan… Da la impresión de que si un alimento no lleva un sello que diga “proteico”, no está a la moda. Pero esa palabra (aparentemente inocente) no siempre significa lo que crees. ¿Cuánta proteína necesita realmente un producto para poder decir que es “alto en proteínas”? ¿Quién regula eso? ¿Y es siempre buena señal?
Lo cierto es que no lo decide ni el influencer de moda, ni el publicista, ni siquiera la marca. Lo dice la ley.
En Europa, las declaraciones nutricionales que aparecen en los envases, como “rico en proteínas”, “bajo en azúcar” o “fuente de fibra”, están reguladas por el Reglamento (CE) n.º 1924/2006. Esta norma establece los criterios objetivos que deben cumplir los alimentos para poder incluir ciertas expresiones en su etiquetado.
Gracias a este marco legal, el uso de términos como “alto en proteínas” o “fuente de proteínas” no depende de la creatividad del departamento de marketing, sino de requisitos técnicos que deben cumplirse de forma verificable.
¿Qué significa “alto en proteínas”? ¿Y “fuente de proteínas”?
Según dicho reglamento: Un alimento puede declarar que es “fuente de proteínas” cuando al menos el 12% del valor energético total del producto proviene de proteínas.
Para considerarse “alto en proteínas”, el porcentaje debe ser como mínimo del 20%.
Es importante destacar que no se trata simplemente de cuántos gramos de proteína contiene el producto por cada 100 gramos, sino del porcentaje de energía que esas proteínas aportan respecto al total energético del alimento.
Un ejemplo para entenderlo mejor
Imagina un yogur con las siguientes características:
- Aporta 100 kcal por unidad
- Contiene 10 g de proteínas
- 4 kcal por gramo de proteína → 10 g = 40 kcal
El 40% de la energía total del producto proviene de las proteínas. Eso significa que cumple sobradamente con el criterio de “alto en proteínas”.
Pero si ese mismo yogur tuviera solo 3 g de proteína (12 kcal), seguiría siendo un alimento con proteínas… pero no podría etiquetarse como “alto en proteínas”, y solo alcanzaría el umbral mínimo para ser “fuente de proteínas”.
Cuidado con el efecto “halo saludable”
Es habitual encontrar productos ultraprocesados que presumen de ser “ricos en proteínas” pero que, en realidad, no destacan por su perfil nutricional global. Galletas con grasas de mala calidad, barritas con azúcares añadidos o snacks con más aditivos que ingredientes reales. Este fenómeno se conoce como efecto halo: una característica positiva (en este caso, “proteico”) hace que el consumidor perciba todo el producto como saludable, aunque no lo sea.
Un solo nutriente no convierte a un alimento en una buena elección. El valor de un producto no se mide por un dato aislado, sino por su conjunto: qué ingredientes contiene, cómo está procesado, qué otros nutrientes aporta o desequilibra.
¿Más proteína = más saludable? No necesariamente
Las proteínas son fundamentales: intervienen en la formación de tejidos, enzimas, hormonas, el sistema inmunológico y ayudan a mantener la masa muscular. Pero eso no significa que cuantos más gramos consumamos, mejor. De hecho, existe una cantidad diaria recomendada: como mínimo, se estima en 0,8 gramos de proteína por kilo de peso corporal al día, una cifra que varía según la edad, la actividad física o el estado de salud.
Además, no toda la proteína tiene la misma calidad nutricional. Algunas fuentes tienen mejor perfil de aminoácidos esenciales y mayor digestibilidad. Por ejemplo, la proteína del huevo o la leche es más completa que muchas vegetales o proteínas añadidas a productos ultraprocesados. Esta diferencia, conocida como valor biológico, influye en el aprovechamiento real que hace el cuerpo.
Por tanto, importa tanto la cantidad como la calidad y el contexto alimentario en que se consuma.
¿Y los alimentos sin etiqueta?
Muchos de los alimentos que tradicionalmente han formado parte de una dieta equilibrada (como huevos, legumbres, frutos secos, pescados o quesos) son excelentes fuentes de proteínas, aunque no lleven un sello llamativo en el envase.
De hecho, en la mayoría de los casos, no necesitan venderse como “proteicos” porque ya lo son. Conocer estos productos y su valor nutricional ayuda a consumir proteínas de calidad sin depender de reclamos comerciales.
¿Rico en proteínas? Sí, pero…
Y la próxima vez que un paquete te grite “¡PROTEÍNAS!” desde la estantería, sabrás mirar más allá de la palabra. Porque ahora ya sabes que no todos los productos “ricos en proteínas” deben considerarse saludables por defecto y que conviene leer el etiquetado con criterio. No hay que dejarse engañar por reclamos comerciales; y es que la presencia de un nutriente de interés (como la proteína) no convierte un alimento en saludable si el resto de la composición es pobre o si no tiene un perfil nutricional equilibrado.
Patricia González
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