¿Cómo llegó la calabaza a convertirse en el símbolo de Halloween?
Halloween es, ante todo, una noche de rituales. No solo en Estados Unidos: cada 31 de octubre, buena parte de Europa revive un mismo pulso entre humor, miedo y memoria. Las calles se llenan de familias y amigos disfrazados, los niños recorren las puertas con sus bolsas de caramelos, las casas se iluminan con velas y luces temblorosas. Y, en el centro de todo ese imaginario, brilla una calabaza tallada.
Entre todas las tradiciones, los disfraces, las historias de fantasmas, los hogares convertidos en escenarios de lo sobrenatural, hay una imagen que resume la esencia de la fiesta: la calabaza. Está en los porches de los barrios americanos y en las cocinas europeas, en los escaparates de las tiendas y en las fotografías que inundan las redes, donde un bebé regordete posa dentro de una calabaza hueca. Ningún otro objeto, ni fantasmas, ni vampiros, ni velas, ni calaveras, define con tanta claridad como ella la frontera entre lo lúdico y lo inquietante de la noche de Halloween, especialmente cuando lleva una cara grotesca tallada y una luz que parpadea en su interior.
Si la Navidad tiene su árbol y la Pascua su huevo y su conejo, Halloween tiene su calabaza. Pero ¿cómo un fruto humilde de la huerta terminó convertido en emblema universal de la noche más oscura del año?
De los campos a las leyendas
El origen de la calabaza de Halloween se hunde en los ritos del Samhain, la antigua festividad celta que marcaba el fin del verano agrícola. Aquella noche, se creía que la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos se volvía más delgada, y los pueblos del norte de Europa encendían hogueras y tallaban nabos para fabricar linternas protectoras.
Con el tiempo, esa costumbre se mezcló con las celebraciones cristianas del Día de Todos los Santos, y lo que fue un rito agrícola adoptó el tono del misterio y de la noche.
A esa práctica se sumó una leyenda popular irlandesa: la de Jack-o’-Lantern, un granjero condenado a vagar con una brasa eterna dentro de un nabo hueco. Su historia dio nombre a las linternas y, más tarde, al símbolo más reconocible de Halloween. Según recogen diversos estudios de folclore europeo y crónicas irlandesas del siglo XVIII, fue esta mezcla de rito y mito la que dio origen a la tradición moderna.
El salto a América y la metamorfosis de la linterna
Cuando los emigrantes irlandeses cruzaron el Atlántico en el siglo XIX, llevaron consigo la historia de Jack y la costumbre de tallar nabos. En América, sin embargo, descubrieron algo nuevo: las calabazas, más grandes, abundantes y fáciles de ahuecar.
Aquella sustitución práctica transformó la tradición para siempre. La linterna de Jack adoptó forma de calabaza y se convirtió en el rostro visible de la noche de Halloween. Lo que había nacido como un gesto campesino acabó por convertirse en un icono global de luz y sombra, repetido cada otoño en millones de hogares de todo el mundo.
En España: adaptaciones y sinergias con nuestra tradición otoñal
Aunque Halloween no nació en España, ha sabido abrirse paso entre nuestras costumbres de otoño, conviviendo con las celebraciones del 1 y 2 de noviembre, días dedicados al recuerdo de los difuntos.
Con el tiempo, las calabazas iluminadas, los disfraces y las fiestas escolares se han integrado con naturalidad, mezclando lo global y lo local. En regiones agrícolas como Castilla-La Mancha, Murcia o Valencia, la calabaza ya tenía presencia en la mesa mucho antes: en cremas, guisos o dulces.
Hoy, esa raíz doméstica se cruza con la estética internacional. Balcones decorados, talleres de tallado y pastelerías con tartas inspiradas en el pumpkin pie son parte del paisaje otoñal. Lejos de borrar la tradición, esta fusión la renueva.
¿Por qué nos fascina visualmente la calabaza tallada?
El atractivo de la calabaza tallada va más allá de su forma. Nos seduce porque condensa una idea universal: la tensión entre la sombra y la luz. Dentro de una linterna calabacera, una vela o una pequeña bombilla crea un juego hipnótico de reflejos y sombras, como si la noche se dejara domesticar por un instante.
Esa mezcla de oscuridad y resplandor explica buena parte de su magnetismo. La calabaza no solo adorna: adquiere un nuevo sentido. Convierte lo cotidiano en simbólico y pasa de ser un simple fruto del campo a un objeto ritual.
Cada octubre, cuando esa luz temblorosa asoma tras una sonrisa tallada en una calabaza, la escena se repite con la misma fascinación: un gesto antiguo que seguimos interpretando, quizá sin saberlo, como una forma de vencer aunque sea por unas horas, a la oscuridad.
Así, una calabaza tallada con una luz dentro se convirtió en la mejor metáfora de Halloween: iluminar la oscuridad con creatividad.
Patricia González
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