Azúcar e hiperactividad infantil: ¿qué dice realmente la ciencia?
“¡No le des tanto azúcar al niño, que luego está imposible!”
¿Quién no ha oído esta frase en una fiesta de cumpleaños o durante la merienda? El supuesto vínculo entre el azúcar y la hiperactividad en los niños es uno de los mitos más extendidos en la cultura popular.
Pero ¿qué hay de cierto en todo esto? La ciencia ha intentado responder a esta pregunta en más de una ocasión y, sorprendentemente, los resultados no respaldan la creencia general. En este artículo repasamos qué dice la evidencia científica sobre el tema, desmontamos mitos y ofrecemos recomendaciones útiles y basadas en datos reales.
Azúcar y cerebro: cómo funciona en realidad
El azúcar es un hidrato de carbono simple, presente de forma natural en muchos alimentos y añadido en otros. Una vez ingerido, se transforma rápidamente en glucosa, principal fuente de energía de las células del organismo, incluido el cerebro. Por tanto, es normal preguntarse si un exceso de azúcar puede "sobrecargar" a los niños, volviéndolos más excitables o agitados.
La realidad, sin embargo, es distinta. En condiciones normales, el organismo regula con gran precisión los niveles de glucosa en sangre, evitando subidas bruscas y manteniendo el equilibrio metabólico. Una gominola o un trozo de tarta no bastan para desencadenar una conducta hiperactiva. Al menos, no según la ciencia.
Lo que dice la ciencia: ninguna prueba de un vínculo directo
Las investigaciones científicas de las últimas décadas han abordado esta cuestión con rigor, muchas veces a través de estudios controlados y a doble ciego. Y los resultados son sorprendentemente consistentes:
- Un estudio publicado en el Journal of the American Medical Association (Wolraich et al., 1995), que analizó numerosos trabajos previos, concluyó que no existen pruebas científicas que relacionen el consumo de azúcar con la hiperactividad, ni siquiera en niños con TDAH.
- Otras investigaciones han mostrado que cuando los padres creen que sus hijos han consumido azúcar, tienden a sobreestimar comportamientos nerviosos, incluso si en realidad el azúcar no fue administrado.
Estos hallazgos apuntan a algo fundamental: el problema no está en el azúcar, sino en cómo lo interpretamos.
El poder de las expectativas: cuando el mito lo crea la mente
Uno de los aspectos más interesantes que revelan estos estudios es el llamado efecto placebo conductua l. Si un adulto espera que un alimento provoque determinada reacción, es más probable que interprete el comportamiento del niño de acuerdo con esa expectativa.
En un estudio realizado por Hoover y Milich (1994), se informó a los padres de que sus hijos habían consumido azúcar, cuando en realidad se les había administrado un placebo. Aun así, los padres describieron a los niños como más activos y difíciles de manejar.
Es el típico caso de profecía autocumplida: creer que un dulce provocará hiperactividad puede llevar a percibir signos de agitación incluso cuando estos no existen o no tienen relación alguna con la comida.
Azúcar: los daños reales en la salud infantil
Todo esto no significa que el azúcar deba consumirse sin control. Un consumo excesivo sigue siendo perjudicial, especialmente en la infancia. Entre los problemas más frecuentes relacionados con un alto consumo de azúcar destacan:
- aumento de peso y riesgo de obesidad infantil
- mayor probabilidad de desarrollar diabetes tipo 2
- caries dental
- deterioro de la calidad nutricional de la dieta
Culpar al azúcar de la hiperactividad puede hacer que pasemos por alto otros factores reales: la falta de sueño, el estrés en el entorno familiar o la ausencia de rutinas claras y consistentes.
En resumen
La evidencia científica es clara: no hay pruebas que demuestren que el azúcar cause hiperactividad en los niños. Las creencias populares sobre este supuesto efecto están más ligadas a percepciones culturales y expectativas erróneas que a datos objetivos.
Desmontar este mito no significa justificar el abuso de azúcares, sino centrar la atención en lo que realmente importa: una alimentación equilibrada, un entorno familiar tranquilo y la capacidad de escuchar las necesidades auténticas de los más pequeños.
Eva Alberghetti
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