Así es el Disgusting Food Museum de Suecia: el museo de comida más asqueroso (y fascinante) del mundo

lunes 27 octubre 2025 09:00 - Patricia González
Así es el Disgusting Food Museum de Suecia: el museo de comida más asqueroso (y fascinante) del mundo

No es un restaurante ni una exposición gastronómica al uso. Es un museo que huele. Que incomoda. Que te enfrenta a tus límites más básicos: lo que tu cultura considera “comida” y lo que tu cuerpo interpreta como amenaza. El Disgusting Food Museum, en Malmö (Suecia), se ha hecho famoso precisamente por eso: por reunir los platos más repulsivos del planeta y convertirlos en una experiencia sensorial, y moral, que deja huella.

Desde su apertura, el museo ha recibido miles de visitantes y casi tantas arcadas. El ticket de entrada es, literalmente, una bolsita para vomitar. Pero detrás de esa broma macabra hay una idea más seria: lo que resulta “asqueroso” para unos, es normal, cotidiano o incluso festivo para otros.


El menú imposible: ochenta formas de decir “no, gracias”

El recorrido reúne unos ochenta alimentos de todo el mundo. Algunos provocan curiosidad, otros un impulso inmediato de huida. Pero todos obligan a mirar de frente aquello que solemos ignorar: nuestros prejuicios alimentarios.

Entre los más célebres está el surströmming, un arenque báltico fermentado durante meses, considerado una delicia en Suecia. Su olor (una mezcla de huevo podrido y cloaca) es tan potente que suele abrirse al aire libre, lejos de cualquier edificio. En Japón, otro clásico del museo es el natto, una soja fermentada que se pega a los palillos con hilos viscosos; sus adeptos aseguran que es el secreto de la longevidad nipona, sus detractores que parece pegamento con olor a pies.

En el área de productos lácteos, la estrella es el casu marzu, un queso sardo prohibido en la Unión Europea porque se elabora dejando que las larvas de mosca lo fermenten desde dentro. Cuando está listo, literalmente se mueve. En Islandia, el equivalente se llama hákarl: carne de tiburón enterrada durante semanas para eliminar el amoníaco de su carne. Se come en celebraciones, con el mismo entusiasmo con que otros beben champán.

Y si creías haber visto todo, espera al vino de ratón chino, al vino de caca de niño coreano (una reliquia medicinal apenas documentada), o al licor de serpiente vietnamita, donde el reptil descansa (entero) dentro de la botella. En América, el museo expone el cuy peruano, el casu de iguana colombiano o las bebidas energéticas con testículos de toro, habituales en el norte de México.


Un espejo de nuestros prejuicios

El museo no pretende burlarse de nadie. Su mensaje es claro: el asco es cultural. Lo que en una parte del mundo provoca arcadas, en otra se asocia con hospitalidad, identidad o prestigio. La prueba más sencilla está en la misma Europa: mientras el casu marzu causa horror en Bruselas, millones de franceses adoran los quesos azules que, técnicamente, son también mohos vivos.

En el fondo, esta exposición funciona como un espejo incómodo. Si te repugna el huevo centenario chino (un plato de color negro azulado con aroma a amoníaco), quizá sea porque no creces con él en la mesa. Pero ¿qué pensarían los demás del black pudding británico, una morcilla de sangre, o del foie gras, un hígado  hipertrofiado a propósito?

Esa tensión entre fascinación y repulsión es lo que hace que el Disgusting Food Museum no sea solo una atracción turística, sino una pieza de reflexión global sobre la comida y el asco. Según su fundador, Samuel West, la idea surgió al darse cuenta de que todos los países tienen algo que provoca rechazo… y que el límite siempre es subjetivo.

Más allá del morbo

El mérito del museo es que va más allá de la provocación. No busca el escándalo, sino fomentar el pensamiento crítico. Al salir, lo que queda no es el mal olor, sino la idea de que el asco es una construcción social que define lo que somos. Y que quizá deberíamos entrenar el paladar para mirar de otro modo el mundo que viene. Porque en un planeta donde la carne es insostenible y los recursos escasean, tal vez lo “repugnante” de hoy sea la salvación del mañana. Así que la próxima vez que viajes y te sirvan algo que te pone a prueba, antes de decir “qué asco”, piensa: ¿y si el problema no está en el plato, sino en tu cabeza?

¿Comer o no comer? Esa es la cuestión

La visita termina con una zona de degustación. Aquí no hay vitrinas: hay vasos y cubiertos. Puedes probar un trozo de surströmming, un sorbo de licor de serpiente o un chicle con sabor a carne podrida. La mayoría se rinde antes del segundo bocado. Pero algunos se atreven.

La pregunta inevitable flota en el aire: ¿te atreverías a probarlo? ¿A oler una sopa de murciélago, masticar carne fermentada o probar queso con gusanos vivos? Quizá sí, si te dicen que forma parte de una ceremonia milenaria, o si mañana la FAO anuncia que los insectos serán el alimento del futuro. Tal vez entonces el “asco” cambie de forma y los límites se desplacen.

Patricia GonzálezPatricia González
Apasionada por la cocina y el buen comer, mi vida se mueve entre palabras bien escogidas y cucharas de madera. Responsable pero despistada. Periodista y redactora con años de experiencia, encontré mi rincón ideal en Francia, donde trabajo como redactora para Petitchef. Me encantan el Bœuf bourguignon pero echo de menos el salmorejo de mi madre. Aquí combino mi amor por la escritura y los sabores suculentos para servir recetas e historias sobre cocina que espero te inspiren. La tortilla, me gusta con cebolla y poco hecha : )

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