ARFID: el trastorno alimentario poco conocido que hace que muchos niños y adultos rechacen ciertos alimentos
En los últimos años ha comenzado a hablarse más del trastorno evitativo/restrictivo de la ingesta alimentaria (ARFID, por sus siglas en inglés), un problema todavía poco conocido pero cada vez más frecuente, sobre todo en adolescentes y jóvenes.
A diferencia de la anorexia o la bulimia, el ARFID no tiene que ver con la imagen corporal ni con el deseo de adelgazar, sino con una fuerte aversión hacia determinados alimentos, sabores o texturas. Quien lo padece suele limitar su alimentación a un número muy reducido de productos “seguros”, lo que puede provocar carencias nutricionales y un profundo malestar emocional.
Desde fuera, puede parecer que la persona es simplemente “muy selectiva” o “quisquillosa para comer”, pero en realidad se trata de un trastorno complejo, con raíces sensoriales, emocionales o incluso traumáticas, que requiere comprensión y acompañamiento profesional.
Cómo se manifiesta
El ARFID se diferencia de otros trastornos alimentarios por su origen y sus motivaciones. No está relacionado con el peso ni con la imagen corporal, sino con miedo, ansiedad o rechazo hacia ciertos alimentos o contextos alimentarios.
El ARFID puede expresarse de muchas maneras, pero suele incluir algunos de estos comportamientos:
- Rechazo de ciertos alimentos por su textura, olor, color o temperatura.
- Miedo a atragantarse, vomitar o sentirse mal tras comer.
- Preferencia exclusiva por unos pocos alimentos, como pasta blanca, pan, patatas o yogur.
- Ansiedad o malestar en situaciones sociales que giran en torno a la comida.
- Déficit de vitaminas, hierro o proteínas debido a la falta de variedad.
Aunque suele empezar en la infancia, puede mantenerse en la edad adulta si no se identifica y se trata a tiempo.
Qué hay detrás
No hay una sola causa del ARFID. Los especialistas coinciden en que es un trastorno multifactorial, en el que intervienen aspectos biológicos, psicológicos y del entorno:
- Sensibilidad sensorial elevada: que hace que ciertos sabores o texturas resulten insoportables.
- Experiencias negativas o traumáticas con la comida: como un atragantamiento o un episodio de vómitos pueden desencadenar el rechazo a la comida.
- Presencia de ansiedad, fobias o trastornos del espectro autista: la ARFID es más frecuente en personas con rigidez cognitiva o dificultad para manejar estímulos sensoriales.
- Hábitos familiares y presiones sociales: en algunos casos, un entorno demasiado rígido o una atención excesiva a la comida pueden contribuir a reforzar el trastorno.
Reconocer estos signos es esencial para intervenir antes de que el ARFID comprometa el desarrollo físico o relacional. Además, comprender que el rechazo alimentario tiene un origen emocional o sensorial, y no voluntario, es fundamental para evitar juicios, acompañar y actuar con empatía.
Consecuencias en la salud y la vida cotidiana
Limitar la dieta a unos pocos alimentos puede tener graves consecuencias para la salud. Las carencias de vitaminas, minerales, hierro y proteínas provocan debilidad, disminución de la inmunidad y, en los jóvenes, pueden ralentizar el crecimiento.
Sin embargo, los efectos de la ARFID no son sólo físicos. El trastorno también afecta profundamente a la esfera social y emocional: cenas, viajes o momentos de convivencia se convierten en fuentes de estrés y vergüenza. Con el tiempo, los afectados corren el riesgo de aislarse y desarrollar ansiedad, culpa o depresión.
Muchas personas describen sentirse "diferentes" o "difíciles", atrapadas en un ciclo de rechazo y miedo. Por eso es esencial un enfoque empático y multidisciplinar, que combine el trabajo de médicos, psicólogos y nutricionistas para reconstruir una relación serena y segura con la comida.
Cómo se trata
Con un diagnóstico precoz y acompañamiento profesional, el ARFID puede superarse progresivamente. Los enfoques más eficaces combinan terapia psicológica y acompañamiento nutricional:
El tratamiento puede incluir
- Terapia cognitivo-conductual (CBT) para reducir el miedo asociado a la comida y trabajar la exposición gradual a los alimentos evitados.
- Apoyo dietético individualizado, para recuperar nutrientes y reintroducir alimentos poco a poco.
- Trabajo familiar, especialmente en niños y adolescentes, para que el entorno favorezca la calma y la confianza durante las comidas.
Un trastorno que merece ser escuchado
El ARFID no es una “rareza” ni una “manía con la comida”: es un trastorno reconocido clínicamente en los manuales diagnósticos internacionales (DSM-5 y CIE-11).
Hablar de él es fundamental para que más familias puedan detectar los primeros signos y buscar ayuda sin culpa ni tabúes.
Si sospechas que tu hijo, un familiar o tú misma podríais estar atravesando algo similar, lo más recomendable es consultar con un psicólogo clínico o un médico especializado en trastornos de la conducta alimentaria.
Reconocer lo que ocurre no es exagerar, sino dar el primer paso hacia una alimentación sin miedo y una vida más tranquila. Si crees que podrías estar ante un caso de ARFID, consulta con un especialista en salud mental o nutrición clínica.
Daniele Mainieri
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