¿Verdad o mito? 6 frases de madre sobre comida que no eran del todo ciertas

Cocinar es, sin duda, uno de los actos de amor más generosos que existen. Nuestras madres (y abuelas) le han dedicado horas y horas con mimo y entrega. Desde pensar qué se comía cada día hasta ir al mercado y pelar, sofreír o cocer con la esperanza de vernos bien alimentados. A veces con éxito… y otras muchas con resistencia desde el otro lado de la mesa.
Y es que, seamos sinceros: éramos un hueso duro de roer. Cualquier alimento que no supiera a croqueta o a pasta con tomate nos parecía sospechoso. Así que, para lograr que nos comiéramos esa acelga mustia o ese puré de calabacín tan poco fotogénico, nuestras madres desplegaban un repertorio infinito de frases, advertencias, rimas y amenazas encubiertas. Algunas tenían algo de base, otras eran más bien mitología doméstica.
Hoy queremos rendirles homenaje, con una sonrisa y algo de espíritu crítico, recuperando esas frases que nos decían con todo el amor del mundo, aunque el tiempo y la ciencia las hayan puesto en entredicho.
Tómate el zumo rápido, que se le van las vitaminas

Una de las más repetidas durante los desayunos. No se trataba de disfrutarlo, sino de beberlo contra reloj. Si el zumo llevaba más de cinco minutos en el vaso, pasaba a ser agua con recuerdos de naranja. Hoy sabemos que la vitamina C no se evapora como un hechizo mal lanzado, aunque sí se oxida con el tiempo. Pero vamos, no hace falta bebérselo como si fuera una prueba olímpica.
Cómete las espinacas que tienen mucho hierro y te pondrás fuerte como Popeye

Ay, Popeye, qué gran fichaje para la causa de las verduras. Esta afirmación se basaba en una confusión numérica histórica (se colocó mal la coma decimal en un estudio), y en la cultura pop que convirtió a las espinacas en sinónimo de fuerza bruta. Lo cierto es que tienen hierro, sí, pero no para levantar una vaca. Y mucho menos para convencer a un niño de 6 años de que ese mejunje verde merecía su confianza.
No te tragues el chicle, que se te queda pegado en el estómago

Categórica. Sentenciosa. Inapelable. Era escuchar esta frase y entrar en pánico. ¿Un chicle pegado para siempre en tu tripa? Lo cierto es que tragarte el chicle no es lo ideal, pero tampoco supone una condena intestinal: el cuerpo no lo digiere, pero lo expulsa como cualquier otro alimento que no se absorbe. Aun así, el miedo infundado fue tan eficaz que muchos crecimos masticando el "bubbaloo" o el "boomer" con más respeto y cuidado.
Si comes muchas zanahorias, verás mejor en la oscuridad

“Cómetelas, que son buenas para la vista”, decían las madres con toda la autoridad del mundo. La ciencia les daba cierto respaldo: las zanahorias contienen betacarotenos, precursores de la vitamina A, que sí ayuda a mantener una buena visión. Pero de ahí a convertirte en un superhéroe con visión nocturna, hay bastante fantasía de por medio. Aun así, al final te las comías… ¿cómo resistirse a esa esperanza infantil de ver en la oscuridad lo que otros (que no habían comido tantas zanahorias como nosotros) no podían?
No se puede bañar uno después de comer porque te puede dar un corte de digestión

¡Ay, el famoso “corte de digestión”! Ese ente casi mítico que se invocaba sistemáticamente en la playa, justo después de haberte comido tu filete empanado con tortilla de patatas. En realidad, no se trata de una interrupción de la digestión, sino de un fenómeno conocido como síncope por hidrocución: un cambio brusco de temperatura al meterse en agua fría que puede provocar mareos, náuseas o incluso pérdida de conciencia. Nada que ver con que “el estómago se pare”, pero la frase quedó grabada a fuego en nuestro imaginario.
Lo cierto es que nos habríamos podido bañar sin problema si lo hubiéramos hecho poco a poco, evitando zambullidas tras una comida copiosa o después de tostarnos al sol. Pero nuestras madres, por si acaso, preferían tenernos a buen recaudo… eso sí, fuera del agua. ¿Cuántos veranos pasamos mirando la piscina con el flotador puesto, contando los minutos?
Si no tienes espacio para las lentejas, tampoco para el postre

Lógica pura. De primero, filosofía. Si el plato principal no entra, el postre tampoco debería. Un silogismo que nuestras madres esgrimían con firmeza, sobre todo cuando lo que quedaba en el plato era un pescado poco apetecible y lo que venía era flan. Pero la ciencia lo ha desmentido. Científicos del Instituto Max Planck han descubierto que las neuronas responsables de señalizar la saciedad pueden volver a estimular el apetito al percibir la presencia de algo dulce. Es decir que, siempre queda sitio en tu estómago para el postre. Pero... ¿Quién de nosotros no ha tenido que tragarse la última cucharada a regañadientas pensando en el postre que nos esperaba después?
Las uvas con queso saben a beso

Era una de esas frases que se soltaban sin más, como si encerraran un secreto adulto que aún no estábamos preparados para entender. La escuchábamos en casa, en el pueblo, en cualquier sobremesa con mantel de cuadros. Y aunque no sabíamos muy bien qué era un beso, confiábamos en que debía ser algo bueno. Así que probábamos la mezcla con la esperanza de descubrir algo mágico… pero solo encontrábamos uvas y queso con sabor a LA gran incógnita. Años más tarde entendimos que aquel maridaje, efectivamente, tenía algo de especial y que la mezcla dulce y salada es una maravilla.
¿Y tú? ¿También has dicho alguna de estas frases o te las decían a ti?
Porque sí, llega el día en que nos convertimos en nuestras madres. Repetimos sin pensar esas frases que creímos absurdas. Y lo hacemos, igual que ellas, por amor. Para que nuestros hijos coman sano, aunque a veces nos gane el impulso de la amenaza poética.
¿Y tú? ¿Recuerdas alguna frase más? Cuéntanos en los comentarios qué frase se decía en tu casa… y si ahora tú también la repites.
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