Decorar en Navidad con lo que ya tienes en la cocina (y no pensabas usar)
A veces, la cocina acumula más cosas de las que debería, especialmente en Navidad: restos de masa que nunca se horneó, utensilios que llevan meses esperando su momento y bolsas abiertas de ingredientes que nadie recuerda haber comprado. La Navidad, mientras tanto, insiste en envolverlo todo en brillo y orden. Pero basta abrir un cajón para entender que el adorno más honesto no sale de una tienda, sino de este pequeño desorden, que es más revelador que cualquier bola metálica. No se parecen a los adornos de catálogo, y eso es parte del encanto. Funcionan como pequeñas señales de que aquí se cocina, se vive y se improvisa. Son objetos que, sin proponérselo, cuentan algo. Un verdadero acto de reciclaje creativo.
Con las bolsas de papel del súper
Las bolsas kraft, las típicas bolsas de papel marrón del súper, esconden, plegadas y pegadas entre sí, grandes estrellas o copos de nieve de aire escandinavo. Basta recortar algunos motivos geométricos para que, al abrirse en abanico, surja una pieza ligera que puede colgarse del techo, sobre la mesa o contra una pared desnuda. Nadie adivinaría que proviene de la compra semanal: el papel marrón, en formato XXL, se convierte en la decoración perfecta para una Navidad sobria, cálida y muy fotogénica.
Con canela y otras especias
Un manojo de ramas de canela atadas con hilo de cocina, algún clavo de olor asomando, una estrella de anís aquí y allá… y de pronto el árbol deja de estar decorado con bolas de plástico a tener un aspecto más rústicos, más hogareño, más especiado. Estas pequeñas agrupaciones pueden colgarse de las ramas, abrazar la base de un candelabro, rodear una vela gruesa o sujetar una servilleta de lino en la mesa. No son adornos perfectos, sino pequeños ramilletes aromáticos que cuentan qué se cocina en esa casa.
Con latas de cerveza
Aquí hace falta algo más de pulso, pero la recompensa es casi espectacular. Un par de latas de cerveza, bien lavadas, pegadas y pintadas pueden convertirse en pequeñas figuras metálicas que evocan a los soldaditos de plomo centroeuropeos, los mismos que pueblan cascanueces y escaparates invernales. Pintadas con rojo, blanco y dorado, alineadas sobre la repisa o colgadas del árbol, tienen ese punto irónico y nostálgico de los juguetes antiguos, con la particularidad de que han nacido de algo que estaba destinado a ser desechado.
Con naranjas
Las rodajas de naranja deshidratada tienen algo de vidriera doméstica: ligeras, translúcidas, casi como pequeños cristales cítricos. Enhebradas en un cordel sencillo o sujetas con pinzas de madera, se convierten en guirnaldas que funcionan igual de bien en el árbol que rodeando la corona navideña de ramas de abeto o pino, que adorna la puerta. Bajo la luz cálida de unas luces led, el ámbar de la pulpa y el borde tostado de la piel dan la sensación de que la casa huele a Navidad.
Con las copas de vino
Las copas de vino, colocadas boca abajo o en distintos niveles, se transforman en soportes impecables para crear alturas en el centro de la mesa. Dentro puede esconderse una ramita de pino, una pequeña bola, una flor seca; encima, una vela fina o un adorno ligero. El gesto es mínimo, dar la vuelta a la cristalería de diario, pero el efecto recuerda a un bodegón contemporáneo: transparente, luminoso y sin una sola pieza comprada expresamente para la ocasión.
Con blondas de papel
Plegadas, enfrentadas y unidas entre sí, las blondas de papel se convierten en estrellas o copos de nieve tridimensionales que parecen encaje suspendido en el aire. Basta agrupar varias en diferentes tamaños y alturas para llenar una esquina del salón, marcar el centro de la mesa o dibujar una pequeña constelación sobre la ventana. El blanco mate del papel, con sus calados delicados, filtra la luz y crea sombras suaves en la pared, dando a la casa un aire de nieve silenciosa y una decoración sorprendentemente elegante sin salir de lo doméstico.
Con cartones de huevo
Los cartones de huevo, recortados en pequeñas “flores” y pintados o dejados en su gris original, se enlazan en una cuerda junto a hojas secas, ramitas o algún fruto pequeño. El resultado es una guirnalda ligera que puede enmarcar una ventana, la estantería de la cocina o la barandilla de la escalera. Hay algo especialmente tierno en que un objeto tan humilde, pensado para proteger docenas de desayunos, acabe presidiendo la casa cuando se apagan todas las luces menos las de Navidad.
Con botellas de plástico
Invertidas, recortadas y pintadas de dorado, las botellas de plástico se transforman en campanas que parecen sacadas de un escaparate antiguo. Un lazo de cinta, un cordel como badajo y, si apetece, algún detalle mínimo, una cuenta, una ramita verde, una etiqueta escrita a mano, bastan para completar la ilusión. Colgadas en grupo sobre la mesa, en el marco de una puerta o acompañando una guirnalda, reflejan la luz con destellos suaves y ponen en escena esa mezcla tan navideña de brillo, artesanía y objetos rescatados del fondo del armario.
Con los corchos de vino
Hay corchos que uno guarda casi sin pensarlo, como si conservaran algo de la conversación y del brindis que los trajo a la mesa. Con unos pocos materiales se convierten en pequeños ángeles navideños imposibles de no querer: un corcho como cuerpo, una cuenta de madera para la cabeza, unas alas recortadas en papel de libro antiguo y un retal de lino que hace de vestido o de lazo. Colgados del árbol, agrupados en una balda o colocados sobre el plato, marcando el sitio de cada comensal, tienen ese encanto de lo hecho en casa que no pretende ser perfecto. En el fondo, son casi una declaración de intenciones: reciclar, reutilizar y celebrar, todo en la misma figura.
Más ideas con corchos: renos navideños
En Petitchef también hemos hecho unos renos de Navidad con corchos de vino que encajan muy bien con esta manera de decorar. Si te apetece seguir experimentando con este material, aquí tienes el tutorial paso a paso:
Conclusión
Al final, toda esta decoración hecha con lo que había en la cocina no va solo de ingenio ni de presupuesto. Va de mirar de frente bolsas, latas, corchos y restos de ingredientes y admitir que forman parte del relato del año. No son un atrezzo impecable, sino la prueba material de lo que ha pasado por la mesa. Decorar con eso no es solo ahorrar o reciclar: es aceptar que el escenario navideño se construye con las pruebas de que hemos estado aquí, viviendo, manchando, celebrando lo que se podía con lo que se tenía.
Patricia González
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